He probado el modo de voz avanzado de ChatGPT. Es el inicio de algo muy grande

La tecnología no avanza en línea recta, sino en oleadas sísmicas. El iPhone, ChatGPT, y ahora el modo de voz avanzado de OpenAI son algunos de los tsunamis que redefinen el paisaje digital.

Con una suscripción de pago a ChatGPT y una VPN para sortear las restricciones europeas accedí a este modo. Escogí la voz de Juniper, un guiño del naming a aquel estupendo episodio ‘Black Mirror’, aunque la experiencia resultó más cercana a ‘Her‘, sin el subtexto inquietante.

La fluidez es asombrosa. Olviden a Siri o Alexa; esto es otro nivel. La cadencia y entonación son tan naturales que por momentos olvidas que estás hablando con una máquina. Aún hay pequeños tropiezos: una ligera demora aquí, un malentendido allá, pero son detalles menores en el gran esquema de las cosas. Mi truco: evitar quedarme callado mientras pienso y titubear en voz alta (“hhhmmmm…”) para que entienda que aún no he terminado.

Puse a prueba a mi nuevo compañero digital con una variedad de temas:

Historia local. Le pregunté sobre una torre en mi ciudad natal, Torrent, haciéndome el sueco, como si no supiera nada de ella. No solo me dio datos, sino que contextualizó la información, convirtiéndose en un guía turístico de bolsillo. Pienso usar esto cuando viaje solo por trabajo y quiera conocer ciudades.
Filosofía. Nos adentramos en Nietzsche. Fue como tener un profesor particular, paciente y articulado, desentrañando conceptos complejos como el eterno retorno.
Práctica de idiomas. Cambiamos al inglés para discutir sobre realidad aumentada, blockchain y el futuro de la tecnología wearable. Incluso corrigió mis errores gramaticales y de pronunciación.
Pinche de cocina. Estuve cocinando pasta carbonara, una receta que no tengo asumida, y le iba pidiendo indicaciones sobre qué hacer en cada paso. Clavado.

La ausencia de proyectos predefinidos y archivos de contexto es una limitación actual, solo podemos usar el ChatGPT estándar, pero es cuestión de tiempo que se implemente. Y no me sorprendería ver pronto auriculares inteligentes de OpenAI, o incluso gafas multimodales que integren esta tecnología añadiendo la visión. Este modo invita a ello.

Los riesgos siguen ahí: imprecisiones, alucinaciones y una confianza excesiva en respuestas potencialmente incorrectas. Y sí, existe el peligro del “síndrome Joaquin Phoenix” – desarrollar apego emocional a una entidad artificial. Pero siendo sensatos, eso dice más de las carencias del usuario que de la IA en sí.

Este avance me recuerda a mis primeras experiencias con Internet o con los taxis autónomos: es el amanecer de algo trascendental. Es un momento que quedará grabado en mi memoria, no solo como un hito tecnológico, sino como un punto de inflexión en la forma en que interactuamos con la Inteligencia Artificial.

La revolución no será televisada, pero definitivamente será verbalizada.

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La noticia

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Javier Lacort

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