Apple ha iniciado la semana renovando dos de sus Mac, el iMac, que estrena el M4; y el Mac mini, que se jibariza con la doble variante M4 y M4 Pro. Ambos son fantásticos: uno fino y el otro pequeño, ambos hermosos y potentes. Son refinados y, en el caso del Mac mini, con un precio mucho más razonable y asequible del que solemos esperar al ver una manzana en la carcasa.
También son, probablemente, el canto del cisne de una categoría de producto lamentablemente en declive.
Los números son implacables. Las ventas de los sobremesa hace tiempo que entraron en barrena arrinconados por la versatilidad y movilidad de los portátiles. El 90% de los Mac vendidos son MacBook Air o MacBook Pro. El iMac apenas rasca un 4%.
Es una historia que se repite en toda la industria: mientras los portátiles dominan el mercado, los ordenadores de sobremesa se hunden año tras año. Y aunque hubo una larga travesía por el desierto para él, Apple ha vuelto a pulir al iMac, como si fuese 2004.
El nuevo modelo mantiene un diseño espectacular, delgado y minimalista, con colores vibrantes y una pantalla 4,5K deslumbrante –lástima su tamaño único–. Es como si Apple estuviese perfeccionando obsesivamente un producto cuya relevancia se desvanece, como un artesano medieval tallando gárgolas en Manhattan.
No es que el iMac sea malo. Todo lo contrario. Es seguramente el mejor todo-en-uno jamás creado y retiene una identidad visual propia única en el mercado. Pero eso es lo irónico: está alcanzando la perfección justo cuando menos le importa a ese mercado. Como perfeccionar el mejor reproductor de DVD en la era del streaming.
El concepto mismo de ordenador fijo está en declive. La pandemia aceleró una tendencia que ya existía: la gente quiere dispositivos que puedan llevar consigo, que funcionen igual de bien en la oficina, en casa o en una cafetería. Hasta las empresas están abandonando los sobremesa en favor de portátiles.
El nuevo iMac es una obra maestra de ingeniería en busca de una audiencia cada vez más reducida. Sí, habrá siempre nichos específicos –estudios de diseño, instituciones académicas premium, recepciones de oficinas– donde un ordenador todo-en-uno elegante tenga sentido. Pero esos nichos se están encogiendo.
Apple lo sabe, por supuesto. No es coincidencia que sus mayores innovaciones de los últimos años hayan sido en portátiles. El MacBook Air ha ido disparando su propuesta de valor, el MacBook Pro es una bestia de potencia en movilidad. El futuro de la computación personal es claramente portátil.
Entonces, ¿por qué seguir con el iMac? Quizás porque representa algo más que números de ventas para Apple. Es un símbolo, un recordatorio de la época en que la compañía revolucionó el diseño de la informática. El iMac original de 1998 salvó a Apple de la bancarrota y definió una era. Hay algo noble en mantener vivo ese legado, incluso mientras el mercado avanza en otra dirección.
O quizás es más simple: Apple puede permitirse el lujo de mantener una línea de producto por puro amor al arte. Cuando eres la empresa más valiosa del mundo, puedes dedicar recursos a perfeccionar productos que no moverán la aguja financiera.
En cualquier caso, el nuevo iMac M4 es un recordatorio de que incluso los mejores productos pueden volverse irrelevantes no por falta de excelencia, sino por cambios en nuestra forma de vivir y de trabajar. Es una lección que vale la pena recordar en tecnología: a veces, la perfección llega justo cuando ya no la necesitamos.
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La noticia
El ocaso dorado del sobremesa: Apple está perfeccionando un producto que cada vez importa menos
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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